sábado, 4 de febrero de 2017

El arte de elegir (y no perseguir) objetivos por Fabiana Fondevila



Cada comienzo de año nos encuentra fijándonos objetivos que consideramos importantes, necesarios, a veces indispensables para nuestra felicidad. Antes de entrar en esa loca carrera de perseguirlos, quizás valga la pena tomarnos un momento para desplegar el arte de elegir y examinar si esos objetivos podrían estar impuestos por mandatos inconscientes, por miedos, por el deseo de cumplir con expectativas ajenas, o por ideas erróneas acerca de lo que lo que verdaderamente nos hace felices. El desafío será distinguir esos propósitos secundarios de los auténticos y esenciales anhelos del corazón.

Van algunas propuestas para esa exploración:

– Volcamos sobre un papel, sin censura ni edición, todo aquello que nos gustaría lograr este año (grande o pequeño, fácil o inverosímil). Después hacemos algunas respiraciones profundas, meditamos, damos una vuelta lenta y contemplativa a la manzana, o lo que nos sirva para aquietar el frenesí mental, y procedemos con el segundo paso.

Vamos a observar cada objetivo que anotamos, y a “pasarlo por el cuerpo”. ¿Qué nos provoca eso que ahí vemos? ¿Entusiasmo y liviandad? ¿Pesadumbre y desánimo? ¿Estrés y ansiedad? De a uno, vamos tachando todos los objetivos que no tienen al menos alguna respuesta de entusiasmo o alegría. Lo que sobrevive a esa prueba es nuestra hoja de ruta.

La mejor vara de nuestra felicidad futura es -nada más ni nada menos- nuestra felicidad actual.
– Trabajaremos ahora con esos objetivos, examinándolos más en profundidad. El psicólogo Daniel Siegel descubrió, en sus investigaciones sobre la motivación y la capacidad anticipatoria, que las personas somos muy malas para predecir aquello que nos traerá felicidad en el futuro (tendemos a sobreestimar el impacto -positivo o negativo- que tendrán los hechos que nos suceden). Más que imaginar o adivinar, entonces, una mejor vara para prever cuán bien nos irá con cada objetivo (en caso de lograrlo) es repasar honestamente cuán bien nos ha ido con esa cualidad, actividad o meta (u otras similares) en el pasado. ¿Realmente fui feliz cuando perdí cinco kilos, en otras etapas de mi vida? ¿Por cuánto tiempo? Es probable que descubramos que los objetivos que nos estamos planteando no provienen de un lugar tan profundo, y que la alegría que imaginamos nos causarán será al menos pasajera. ¿Cómo podemos descubrir qué nos proporcionará una alegría más estable y genuina? Vamos por el próximo paso.



– Lo que en verdad buscamos, cuando nos planteamos objetivos, no es el logro en sí sino la emoción que suponemos ese logro nos deparará. Empecemos, entonces, por el final: ¿cuál es la emoción que nuestra alma añora, en esta etapa de nuestra vida? Una pista: esas emociones van cambiando. Hay épocas en lo que necesitamos es un refuerzo de confianza y seguridad en nosotros mismos. Otras en que lo que añoramos es la conexión amorosa con los demás, una profunda calma, la conquista de nuevos entusiasmos, libertad y autodeterminación. Busquemos ahora -meditando, escribiendo, dibujando, soñando- cuál es esa emoción profunda que está queriendo nacer.

– Finalmente, pensemos qué pasos podemos dar hoy mismo que nos permitan empezar a experimentar esa emoción. Probablemente descubramos que un abanico de pequeñas acciones pueden arrimarnos a esas aguas, y que esas acciones están a nuestro alcance hoy, ahora, sin movernos de casa (o moviéndonos muy poquito). Esto es porque la mejor vara de nuestra felicidad futura es -nada más ni nada menos- nuestra felicidad actual. El futuro se construye, sí, pero la materia prima es cada momento. Y ningún momento es más precioso que el que se despliega ante nuestros ojos, oídos y corazón… ahora.




http://www.viviragradecidos.org/el-arte-de-elegir-y-no-perseguir-objetivos/

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