El espacio-tiempo no es una dimensión vacía, sino que tiene un pulso, un ritmo, un flujo que con la mente acelerada, sobre excitada, llena de ideas y propósitos, dejamos de sentir y escuchar.
Si bajamos los decibeles de la mente y nos abrimos a ser movidos por ese pulso natural, que es distinto cada día, entramos en un flujo de armonía, salud, bienestar maravilloso, donde todo parece estar sincronizado, donde todo parece encantarse y ocurrir en el momento preciso, donde hacemos sin hacer, sin esfuerzo, como si nada hiciéramos y sin embargo todo fructifica.
El estilo de vida actual nos ha llevado a perder esto y con ello hemos perdido salud, alegría, disfrute, hemos perdido también la capacidad de sintonizarnos desde el corazón y la conciencia abierta con la vida, con la naturaleza, con las personas, incluso con los que más amamos.
Hemos perdido la contemplación, la reflexión.
Nuestras sociedades están enfermas, enfermas de ruido, mental y ambiental, enfermas de falta de contacto con la esencia, enfermas de metas, objetivos y resultados generalmente ligados a cuestiones narcisistas y materialistas.
La práctica de darse espacio-tiempo vacíos donde simplemente fluimos con el momento, sin planes ni objetivos, escuchando, escuchándonos.
El ocio del que habla Platón, desde donde podemos acceder a cuestiones esenciales, a la contemplación y la reflexión, al encuentro consigo mismo y los otros.
Que teórico parece esto, lo sé, pero es también una cuestión de decisión, de actitud mental, de conciencia, de camino de vida.
Uno de los grandes desafíos del mundo es retomar el espacio interior, el silencio, volver a escuchar el pulso, ese mar infinito y vibrante que nos contiene, sin eso los logros tecnológicos, científicos, materiales no son nada
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