José María Doria
“No eres
una criatura humana en una aventura espiritual,
sino una
criatura espiritual en una aventura humana.”
Deepack Chopra.
¿Quiénes somos en realidad?, ¿procedemos del Universo
inabarcable?, ¿acaso tenemos una doble naturaleza de espíritu y materia?, y, en
tal caso, ¿qué pintamos en medio de los ángeles y las bestias?
Los sabios precedentes nos han dicho que, en realidad, somos
Espíritu. Ante lo cual, uno se pregunta “¿qué es eso de Espíritu?”, ¿podemos
imaginar una Realidad tan intangible y, a la vez, tan alejada del pago de la
próxima letra? Sin embargo, si entramos en el silencio, si averiguamos y
miramos dentro, no tardaremos en sentir las nostálgicas reverberaciones de una
plenitud perdida y prometida. Tal vez, intuimos el latido del propio corazón
del Universo que inspira y guía a las periferias.
Pitágoras nos dijo que el Espíritu es una circunferencia cuyo
centro está en todas partes. De cualquier forma, y más allá de las definiciones
académicas, la idea del Espíritu mitiga ligeramente el sentimiento de
separación que late en las personas. Tal vez, el Espíritu es esa supraenergía
de Luz y Totalidad que nos une y cohesiona.
¿Qué han dicho del Espíritu los seres cuyas vidas demostraron
suficiente lucidez y cordura? Unos y otros afirman que el llamado Espíritu que
parece encontrarse en los cielos, no sólo no está lejos, sino que es la propia
esencia de nosotros mismos. Insisten en afirmar que somos Totalidad e Infinitud
sin fronteras. Un tejido global y sin límites que señala a la Luz de nuestra
propia consciencia. Por ello, el hecho de buscar al Espíritu es una actitud tan
ciega como lo pueda ser la de aquel que parece “andar buscando un buey, cuando
en realidad camina a lomos de dicho buey”. ¿Es creíble que uno mismo sea Eso a
lo que atribuimos tanta grandeza?, ¿acaso no suena a “pequeño consuelo” ante la
contradicción y miserias de la naturaleza humana?
Cuando miramos y sentimos dentro, sucede que reencontramos al
alma que perdimos en alguna de las vueltas. Mientras tanto, vivimos el
desencanto de un vacío que se agudiza en momentos de pérdida y tristeza. ¿Acaso
creímos alguna vez que tan sólo éramos el neocórtex de una especie animal capaz
de llegar con telescopio a las estrellas? En realidad, somos Espíritu en plena
aventura de la consciencia. Almas peregrinas en estado de amnesia que vagan
entre las luces y las sombras de un plano evolutivo sometido a la Ley de la
Impermanencia. Al parecer, nuestra Morada es el Universo infinito y que, tal
vez, con nuestra muerte física, simplemente, volvemos a Casa.
El camino de la vida es un viaje que perfecciona y pule las
aristas del alma. Una espiral del Gran Juego que, comenzando en la diversidad,
finaliza en la unidad esencial de todas las cosas. Un juego en el que, tarde o
temprano, todos ganan. ¿Sus reglas? Los más adelantados, cuando llegan, dan la
vuelta y caminan junto a los que empiezan. El juego acaba cuando todos
regresan. Atrás quedarán los días oscuros en los que nuestras almas se
expresaban inmaduras e incompletas. Afortunadamente, nunca pasó nada, los
errores y carencias estaban previstas en el transcurso de las jugadas. Somos
mucho más que nuestras partes, por sombrías o lúcidas que éstas sean. Más allá
de fragmentos e identificaciones, se puede reconocer al Espíritu en nuestra
propia esencia. En realidad, somos aventura por entre los pliegues de la
amnesia. Más tarde, cuando nos encontremos más próximos a la meta, observaremos
como el alma, tan sólo, puede decir: Gracias.
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